Cómo reconocer a un hombre renacido espiritualmente

25. Amor por Mí, una gran bondad de corazón, amor por todos los seres humanos, todas estos características juntas constituyen los signos apropiados del Renacimiento espiritual; pero en donde estos signos falten, y en donde la humildad no sea lo suficientemente fuerte para soportar cualquier contratiempo o golpe, entonces de nada sirven halos de santidad, túnicas o hábito, o alguna visión espiritual. Tales personas están a menudo más lejos del Reino de Dios que muchos de los que tienen una apariencia muy mundana, porque el Reino de Dios nunca llega con pompa externa, sino viene desde adentro, con toda tranquilidad y sobriedad del corazón humano.

26. Grabad esto tan profundamente como podáis en vuestro corazón, y entonces encontraréis el Reino de Dios mucho más fácilmente de lo que pensáis. Pero si os imagináis y esperáis que el “Reino de Dios” es todo tipo de necedades milagrosas ridículas, cosas que nunca se cumplen, entonces vosotros mismos sois los culpables que os falle el Reino de Dios proveniente de uno u otro de entre vosotros. Porque el Reino de Dios nunca fue prometido en forma de tales disparates; pero sí es fácil de encontrar en la forma como ha sido prometido verdaderamente. Y hay muchos que en la búsqueda se comportan similarmente como aquellos despistados que buscan su sombrero sin darse cuenta que lo tienen puesto sobre su cabeza.

27. Únicamente las visiones de un verdadero renacido son las auténticas. Todas las demás recibirán la interpretación apropiada cuando sean explicadas por un espíritu renacido. Sobre ellas hay que creer y mantener, pero todas las otras visiones, sueños y medios proféticos no hay que considerarlas porque provienen de espíritus no bien intencionados, espíritus que serpentean en la carne humana y manchan a las almas fácilmente crédulas con todo tipo de suciedad e inmundicias .

28. Entonces, no hay que creer en tales necedades, sino más bien considerar todo en la palabra de un renacido verdadero, porque este no da nada más que lo que recibe, —pero el otro da solo lo que cree que puede crear él mismo.

29. Cualquiera que diga grandiosamente: "¡Yo lo digo, y esta es mi obra!", no le creáis; y si alguno habla como si hablara en nombre del Señor, pero en realidad lo hace sólo por su honor y su provecho, ¡tampoco le creáis!

30. Pero aquel que hable sin interés egoísta y sin ansias de honra:“¡Lo dice el Señor!”, en él creed, especialmente cuando no toma en consideración la reputación de alguien en concreto. Pues el hombre renacido solo conoce la reputación del Señor.

Fuente: “La Tierra”, capítulo 70, versículos del 25 al 30, recibido por Jakob Lorber.